Y allí estaba él, en la mitad de esa nada que meses atrás era su refugio. Con lágrimas en los ojos y la tristeza atascada entre la garganta y el corazón se acercó a ella, o lo que quedaba de ella. Aún muerta era tan hermosa que a él no le importaba besar sus labios fríos como la nieve que jamás responderian a sus "te amo" de nuevo. Jamás, nunca jamás y aunque eso le quemaba el alma, él no quería llorar. Sabia que ella odiaba verlo llorar, sabia que desde donde estaba lo observaba y él no quería llorar, por ella no lo haría. Así que sonrió, sonrió y se aferró a su cuerpo sin alma, beso sus negros ojos apagados por una desgracia desconocida. Dio media vuelta y jamás regresó.
No asistió al velorio o al entierro, jamás supo dónde había sido sepultado su cuerpo, se dedicó a recorrer el mundo luchando por sus sueños. Visitó todos los lugares que siempre había soñado junto a ella y cada noche lloraba a solas, sin hacer apenas ruido, sin dejar que las lágrimas salieran de sus ojos...evitando que ella lo notara. Pero lloraba....llevaba ochocientas veintidós noches llorando y sin poder dormir como solía hacerlo junto a ella, dejando descansar su cabeza en su estomago. No, ya no dormía.
Había visitado
Londres, París, Buenos Aires, Ushuaia, Roma, Venecia...visitó todos y cada uno de los lugares que su mente podía recordar saliendo de los labios de aquella mujer que ya no le acompañaba. Pero jamás tomo una sola foto de todo aquello que había vivido, no se había encontrado con una misma persona por más de dos días y no miraba la
luna desde el mismo punto dos noches seguidas. Jamás a nadie le dio su nombre verdadero y él mismo olvidó de donde venia. Vivía la vida que ella habría querido vivir y se olvido de ser él, no vivía sus sueños; eso era pura basura. Vivía los sueños de ella, se culpaba por no haber llegado a tiempo, por no haber salvado su cuerpo, por no haberle dicho una ultima vez que
la amaba.
cuatro mil quinientos diecinueve días después de su muerte, él estaba cansado...no quería seguir huyendo. No quería seguir viviendo, ya nada se le antojaba maravilloso, había sentido más de lo que quería, había presenciado más de lo que podría haber jamás imaginado y sabia que la vida no es como la pintan. Aquella noche cerró los ojos apretando un pequeño trozo de papel en la mano, la beso en su imaginación por dos segundos eternos y le dijo por ultima vez que
la amaba.
Era
22 de febrero de 1965 y en las noticias lo más importante era:
"Muere importante escritor Norteamericano a sus 48 años acostado en medio de la
tierra que algún día fue su casa con un solo nombre en su mano: "Caroline"
Se dice que pudo tratarse de un suicidio aunque las autoridades aún no emiten ningún fallo final. Les estaremos informando acerca de todo lo que suceda"
Apaga el televisor, da vuelta al acetato y todo empieza de nuevo.
Una vez más es Chicago, 16 de octubre de 1952, le recuerda cuanto la ama, le dice que no prenda el calentador, le da un beso en la frente y parte hacia la oficina.